miércoles, octubre 31, 2007

Espectáculo y esperpento

El Real Madrid sentenció antes del descanso, al que llegó con 0-4 en el marcador. El Valencia pagó en exceso la resaca de una semana convulsa.

Apareció el buen juego. La tan ansiada mejora en el quehacer madridista tuvo lugar en un escenario convulso, marcado por los acontecimientos acaecidos durante la semana y que depararon en un Valencia descompuesto, un equipo sin alma, sin confianza y sin motivación, lo que ya es complicado teniendo en cuenta que enfrente se encontraba el Real Madrid, todo un estímulo en tierras valencianas. Pero precisamente por esto hay que ser cautos. Los de Schuster ganaron y jugaron, hicieron lo que se les exige, pero las circunstancias pesan y mucho.

El Valencia fue un desastre desde el comienzo. Un equipo sin orden, sin concentración, con despistes constantes, justo lo contrario que suele ser. El principal enemigo estaba en casa. La defensa comandada por Albiol y Helguera hizo gala de un nerviosismo impropio, con pérdidas continuas y otorgando numerosas facilidades al rival. El gol de Raúl, a los 44 segundos tras pase de Robinho, no hizo más que acrecentar el desquiciamiento local. El Valencia se convirtió en un conjunto sin rumbo, desorganizado, donde casi nadie cumplía su función correctamente, a excepción de Hildebrand, que con sus intervenciones salvó a su equipo de un par de tantos antes de que se cumpliera el primer cuarto de hora. Salvo el guardameta todo era extraño en el conjunto de Mestalla. El mejor ejemplo de la desesperación local, y tan sólo se llevaban unos minutos, era Silva, que dejaba dos recaditos a Guti en sendas acciones impropias del canario.

Y el Madrid seguía a lo suyo, sin demasiados alardes, no eran necesarios. El Valencia era como una pista de aterrizaje, perfectamente iluminada indicando el destino al rival. Sólo había que seguir las señales. En la mayoría de las ocasiones, sólo hacía falta un balón en largo con algo de precisión para volver loca a la pésima defensa 'che'. El espectáculo futbolístico de los de casa era realmente deplorable. Y todavía quedaba lo peor. A partir del minuto 25, en el que llegó el segundo madridista, obra de Van Nistelrooy, vimos a un Madrid que, haciendo valer las palabras de su 'mister' durante la semana, hizo lo que quiso con su rival. Y la reacción de los locales no llegaba.

Se fueron sucediendo los goles, y según subían al marcador, el Valencia comenzaba a dar lástima. Por muchos motivos, pero sobretodo porque nunca es agradable ver a un grande sufrir del modo que lo estaba haciendo. Tras los tantos de Ramos (bellísimo, a lo Carlos Alberto) y el segundo de Van Nistelrooy, Mestalla se adelantó un día a la festividad de todos los santos y se convirtió en un cementerio. Incluso comenzaban a abandonar el estadio los primeros aficionados, indignados no por lo abultado de la derrota, que también, sino por lo merecido de esta. Y aún quedaba la segunda parte.

Robinho completa la manita

La segunda parte tuvo mucho menos historia. El Madrid saltó al campo con la relajación lógica en estos casos. Le bastaba con dejar correr el reloj. La ventaja era amplísima y no era necesario ahondar más en la herida local. Una presión contenida y una ralentización del juego fueron las consecuencias en el cuadro visitante. El Valencia por su parte lo intentaba, y lo hacía con la fe que no había tenido en la primera mitad. Joaquín por su banda era el principal estilete de los de Óscar Fernández, y en sus botas comenzó el tanto de la esperanza para los valencianistas, obra de Angulo tras un buen control y un mejor remate.

Durante unos minutos, muy poquitos, el Valencia dio la impresión, escasa, de poder animar el choque. La remontada era una odisea, pero al menos limpiar un poco su imagen. Pero esa impresión se esfumó pronto. Tan pronto como llegó la reacción merengue. El Real Madrid no quería sorpresas inesperadas e innecesarias y adelantó líneas, volvió a realizar la presión agobiante que se había visto en la primera parte y a tocar. De ese modo llegó el quinto, obra de Robinho. El brasileño sigue rindiendo a un gran nivel tras su 'retiro' brasileño. Pronto alguien pedirá vacaciones pagadas para toda la plantilla en Copacabana.

Parecía que ese sería el final del encuentro, pero la debacle valencianista parecía no tener fin en la noche de hoy. Rebasado ya el minuto 80 de encuentro, Albiol derriba a Robinho siendo el último hombre y tomaba de inmediato el camino a los vestuarios. La inferioridad en si era poco importante en el día de hoy, pero no si pensamos en los próximos compromisos y en las bajas que padece la plantilla valencianista. El pitido final dio rienda suelta a las iras de la grada, que se dirigían principalmente al palco ya que no tenían la figura de Quique en el banco. A partir de mañana comienza una nueva etapa en Valencia, y como suele suceder en fútbol, lo hace en condiciones dramáticas. Koeman se encontrará un equipo roto, en crisis, con jugadores desorientados, abatidos y necesitados de una dosis de autoestima. Le deseamos suerte.